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viernes, 25 de octubre de 2013

El trato a los otros

Hola, hola!!! Hoy les traigo otro tema para pensar y hacer una autoevaluación para ver que tal nos comportamos con los otros. ¿Cómo tratamos a los demás? ¿A mí me gustaría que me trataran así? ¿Qué es lo que tengo que mejorar para con los demás?
Espero que les guste este artículo y les parezca interesante, besos!
 
El miedo al diferente
 

El ser humano es un ser racional cuyo instinto le lleva a preservar su identidad de grupo. El extraño, el diferente, el que viene de fuera o está fuera se puede percibir como una amenaza que provoca un sentimiento de rechazo que se puede explicar psicológicamente y hasta comprender, pero nunca justificar. En nuestra sociedad los más fuertes se imponen sobre los débiles.
 

La amenaza de lo desconocido
 

En un crudo día invernal, para defenderse del frío y de la nieve, los puercoespines de una manada se apretaron unos contra otros para prestarse calor. Pero, al juntarse, se hirieron con sus púas y tuvieron que separarse. Obligados por el frío de nuevo a estrecharse volvieron a pincharse y a distanciarse. Las alternativas de aproximación y alejamiento duraron hasta que encontraron una distancia media en la que tanto el frío como las heridas resultaban mitigados”.

Esta breve historia de la sociedad de los puercoespines la extrae Sigmund Freud de un texto de Schopenhauer para mostrar lo difícil que es soportar la proximidad íntima con el semejante (relaciones conyugales, de amistad, fraternales…) y señala que tiene un fondo hostil igual que los grupos étnicos: “El alemán del sur no puede aguantar al del norte, ni el inglés al escocés...”. La clave del asunto radica en que mientras se mantiene la distancia se soporta bien la amenaza que implica la proximidad del otro, pero el problema se plantea cuando se produce la mezcla y entonces el otro aparece como el extranjero.  Son las pequeñas diferencias entre las personas las que forman la base de los sentimientos de extrañeza y hostilidad, pues el temor a lo diferente no está en proporción con el grado de diferencia objetiva entre seres humanos sino con la diferencia emocional que propicia la necesidad de conformismo y adaptación a un grupo. Entonces la diferencia es interpretada como un ataque a la identidad y mediante la identidad de grupo se experimenta el sentimiento de identificación: si yo pertenezco al grupo A no me siento miembro del B, al que veo claramente peor.  Desde la psicología profunda vemos que la dificultad del ser humano para enfrentar lo distinto está marcada por el descubrimiento de la diferencia de sexos: El niño, hacia los cuatro años, descubre las diferencias anatómicas y se identifica con un sexo, de modo que la percepción del otro como distinto le produce angustia.  No se puede hablar del temor a la diferencia sin abordar el concepto de prejuicio. El prejuicio es una actitud de hostilidad en las relaciones interpersonales dirigida a un grupo o a las personas que lo componen. Y es curioso observar cómo el prejuicio puede llevar a asumir una actitud hostil frente a un colectivo sin haber tratado jamás a una persona perteneciente al grupo denostado: gitanos, judíos, musulmanes, sudamericanos, catalanes…  La suma del prejuicio y el temor a lo diferente remite al concepto de xenofobia, entendida como el miedo, hostilidad u odio al extranjero. La organización tribal conllevaría enfrentamientos y exterminios entre tribus vecinas. El sentimiento xenófobo y la prevención frente al extranjero serían rasgos evolutivos arcaicos. El extranjero formaría parte de la no pertenencia, de lo no familiar y habría que atacarle. Y es que la violencia humana es estructural e incluye luchas.Los grupos humanos necesitan formar círculos reducidos para canalizar la pulsión de destrucción, convirtiendo en enemigos a quienes se sitúan en el exterior del círculo. Estos mecanismos llevados al extremo son el germen del fanatismo y de los fundamentalismos de cualquier índole, siempre intransigentes con cualquier disidente. Sin embargo, no hay que confundirse: entender los mecanismos que nos llevan a segregar al otro no justifica el comportamiento xenófobo. Por encima de todo, somos racionales.
 
 


 

Dominación y exclusión
 

Las sociedades se han construido siempre a partir de las relaciones de dominación y obediencia colectiva. Este mecanismo opera de maneras obvias o sutiles, pero siempre con un patrón común: una mayoría numérica establece unos rasgos cualitativos que se tienen que cumplir para ser aceptado y delimita las diferencias excluyentes que identifican y clasifican a los segregados. Entendemos la inclusión y la exclusión social como procesos de estructuración necesarios de los grupos sociales (grandes y pequeños), sin olvidar que surgen de las actitudes individuales expresadas en la diversidad social. El conocimiento o desconocimiento que tenemos del otro, creencias acertadas o equívocas que les atribuimos, percepciones que tenemos... son las informaciones con las que analizamos su realidad. Si añadimos los sentimientos que nos suscita su confrontación (tristeza, asco, miedo, rabia...), tenemos los ingredientes básicos que predisponen para responder con una acción: ayudar, coaccionar, respetar, rechazar, maltratar... Harry C. Triandis define de esta manera cualquier actitud individual ante la realidad social. La cultura, la economía, la política, las ideologías ofrecen los pretextos que hacen posible la organización social: el género, la raza, el sexo, la religión, la salud, el territorio, la alimentación, el fútbol... sí, sí, también son excusas con las que todo el mundo se identifica o distancia del vecino del lado y se crean grupos sociales. ¿De qué sino los celíacos pagan más caro su pan de cada día, existen escuelas de educación especial, o un equipo de fútbol es más que un club?

Al socializar inquietudes y anhelos, consensuamos las actitudes individuales creando estereotipos, prejuicios, valores y creencias hacia la diferencia. Estos elementos protegen y benefician a una mayoría dominante, mientras obvian o perjudican a las minorías discriminadas. La seguridad, la supervivencia, la ambición o la idealización legitiman todo hito común pero también cualquier injusticia, discriminación o violencia.  Participando de los prejuicios de segregación a menudo aceptamos cierta alienación de nuestros posicionamientos personales, determinando el grado de coherencia, renuncia, contradicción o hipocresía que cada uno tolerará. Las condiciones de cada momento harán que necesitemos revisar el tipo de sociedad que hemos construido, normalizando los malestares, denunciando las injusticias o cometiendo las peores atrocidades de la historia. Llegados a este punto, evitemos el pensamiento único y revisemos nuestra ética individual y colectiva.
 
 

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